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El deseo femenino y la sexuación

Los estudios de género y la cuestión trans ocupan hoy una gran parte de nuestra actualidad. Quieren abordar y definir la cuestión del sexo a partir de una identidad. El psicoanálisis se opone a esta perspectiva en la medida en la que, en el inconsciente, no hay identidad mujer e identidad hombre. Lo que en él reina lleva un nombre, que es valido tanto para los hombres como para las mujeres: el deseo. Es el deseo lo que articula los sexos, que son siempre dos.

En el texto “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”[1] redactado en 1960, Lacan sitúa la relación al Otro sexual a partir del deseo y no en términos de identificación. Formaliza de esta forma el deseo de la mujer con el matema A tachado Ⱥ(φ) y el deseo macho  Φ(a). Esta perspectiva da una primera forma al cuadro de la sexuación que se escribe en el Seminario Encore.

La dialéctica fálica

Escribir el deseo de la mujer a partir de A tachada Ⱥ(φ) indica que el significante La mujer no existe. A tachada escribe que la mujer no tiene inscripción en el Otro. Esto quiere decir también, en los términos freudianos, que no hay libido femenina. El deseo femenino de una mujer no se puede sostenerse en una identidad femenina. Por el contrario, ella apunta a la castración del hombre. El deseo femenino escrito de esta forma, A tachada Ⱥ(φ), se puede leer como el hecho de que una mujer está a la búsqueda del falo como significante, mientras que ella encarna el ser fálico. Ella lo toma del otro en la relación sexual, no como un órgano, si no como significante del vínculo del goce y del significante. Por eso el efecto producido no es una completitud. El falo escrito como (φ) cumple la función de parte recuperada que convierte a la mujer en Otra para sí misma. Es la plasticidad del deseo femenino lo que permite a una mujer suscitar el deseo de un hombre presentándose como objeto del fantasma de él, ese instrumento que sostiene el deseo.

El Otro del deseo femenino

La relación del deseo femenino con el A tachada inscribe no solamente la verdad que falta al Otro, si no también eso con lo que una mujer tiene una relación con el goce. Procede de lo que puede decirse del inconsciente que la dice como Otro. El deseo femenino se anuda con el goce que no tiene nombre y que viene del Otro. No es un Otro que mortifica el goce, si no al contrario, es un instrumento de su goce.

El Otro que define Lacan a partir del Seminario Aún se deduce de la experiencia del deseo femenino. La propiedad del significante fálico se extiende a todos los significantes. La conexión del goce y del significante está ligada al cuerpo. “Solo hay goce del cuerpo a través del significante y solo hay goce del significante en tanto que el ser de la significancia esta enraizado en el cuerpo”[2]. Es apoyándose sobre el estilo erotómano del deseo femenino como Lacan puede enunciar que la función del inconsciente, a saber lalengua, “es que el ser, hablando, goce”[3].

La causa del deseo en el deseo femenino

Cuando una mujer se constituye como objeto causa del deseo para un hombre, alojándose así en el fantasma masculino, se vuelve entonces objeto del goce de este hombre. Al ser el objeto a que el hombre recupera sobre el cuerpo de ella, pagando con el falo, le permite localizar el goce fálico de ese hombre.

¿Cómo funciona para ella desde el punto de vista de su fantasma? La versión lacaniana es la de decir que en el momento en el que ella es reconocida como objeto causa por el hombre, ella está en contacto con su A tachado. El consentimiento al goce fálico pasa por la relación con el A tachado y por la posición de objeto que ella ocupa. En este sentido, se puede decir que el hombre no es más que el instrumento o el mediador del acceso a este goce que desborda el goce fálico. Tenemos un vínculo que gira alrededor de una padre-versión (père-versión). Esto supone el uno-por-uno del fantasma y no obedece a ninguna regla universal. La apuesta de la padre-versión orientada, es el encuentro y la conjunción del A tachado y del rasgo de perversión masculina que desea en la mujer un fetiche que la designa. En esta perspectiva, el goce en el hombre está localizado, limitado por el órgano fálico, en la mujer, está del lado de lo sin limite en el sentido de ser no-localizable. La relación con el límite en una mujer es contingente e incumbe a la certeza del amor.

El amor, al estar preparado para la exigencia del discurso amoroso, no debe cesar de decirse para poder así suplir lo que la relación sexual desnuda, es decir, la incapacidad para el significante fálico de significantizar todo el goce femenino.

Deseo femenino y real

Esta primera formulación de la lógica del deseo femenino en su articulación con lo real del goce, entra en conflicto con las identificaciones ideales del yo. Es una lógica que denuncia toda voluntad de reducir la posición de mujer a un patrón o a un rol social. Lacan nos advertía contra la tentación de reducir el sexo a una determinación de un papel social, ni siquiera renovado por las interrogaciones sobre el género. “Es este un campo donde el sujeto tiene que pagar con su persona, el rescate de su deseo. […] Es visible por el contrario que, para rehuir esta tarea, muchos están dispuestos a cualquier abandono, ¡incluso a tratar […] los problemas de la asunción del sexo en términos de papel a desempeñar!”[4]. Se trata nada menos que del abandono de lo real de la castración y de dejar a cada uno jugar su rol en la comedia de los sexos, de manera degradada en su dimensión puramente sociológica.

Traducción: Carmen Cuñat en colaboración con Miriam Chorne


[1] Lacan J., “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, Escritos, Buenos Aires, Siglo veintiuno Editores, 1984, p. 627

[2] Miller J.-A., “El partenaire síntoma”, Buenos Aires, Paidós 2008, pp. 367-387

[3] Lacan J., El Seminario, Libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós 1975, pp. 127-128

[4] Lacan J., “Observación sobre el informe de Daniel Lagache…”, óp. cit., p. 662